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martes, 26 de abril de 2011

FOSTER CITY, DESTINO PERFECTO

  
Mi nombre es Sarah Mayer, tengo 17 años y hoy conoceré cual es mi destino dentro de  Foster City. El Consejo, organismo encargado del funcionamiento y armonía de la ciudad ha solicitado mi presencia en el Destinatorium, y esto en Foster City sólo tiene un único significado. Los Supremos ya han decidido el papel final que voy a desempeñar dentro de la Sociedad y no cabe duda de que será un papel que no sólo garantice mi plena felicidad, sino que consiga una total integración con todos los habitantes de la ciudad. Tengo suerte de haber nacido en Foster City, aquí nada se deja al libre albedrío, desde que nacemos, los Supremos van estudiando todos nuestros movimientos, pasamos los primeros meses de vida en el centro Neonativum con el fin de verificar si somos aptos para ser entregados a la Sociedad. Nunca he sabido qué pasa con aquellos niños que no superan las pruebas, no obstante, el Consejo dice, que esta selección artificial no es casual, sólo pasan los mejores con el fin de asegurar la felicidad continua y universal dentro de la Sociedad. El Consejo decide cuándo el bebé es apto para incorporarse a ésta y ser entregado a la familia a través de su ceremonial correspondiente. Todas  las pruebas que se realizan en el centro quedan registradas en el Sociudum, libro custodiado y de exclusivo acceso a los miembros del Consejo, en el cual queda impresa la clave de la línea de destino de cada ciudadano que no podrá ser alterada bajo ningún concepto.

            Mientras camino dirección al Destinatorium, noto un cosquilleo en el estómago, la exaltación de los sentimientos no está del todo permitida en esta ciudad y es controlada a través de una serie de pastillas que tomamos todos los días, sin excepción, pero este signo de debilidad, comienza a manifestarse en mi cuerpo y aumenta según me acerco al Destinatorium. Me sitúo delante de la puerta del despacho principal, respiro profundamente, no quiero que los miembros del Consejo noten mis pequeños síntomas emocionales y golpeo la puerta tres veces, como bien dice el protocolo, antes de pasar. Deslizo la mano por encima del pomo de la puerta y lo giro hasta oír ese irremediable chasquido, ya no hay vuelta atrás, acabo de abrir la puerta que me mostrará parte de mi destino.

            El Consejo Social está formado por  los 5 Supremos los cuales aguardan mi presencia, sentados, hasta que les hago la reverencia protocolaria para ponerse en pié y dar comienzo a la ceremonia. Me entregan la carta a través de la cual conoceré la profesión que desempeñaré en la Sociedad. La abro, con la premura y cuidado que se presupone en un ciudadano de Foster City, y me sorprendo cuando en ella veo la palabra Supremo. Siempre he entendido que este oficio es reservado a aquellos ciudadanos que denotan cierta diferencia con respecto a los demás, no puede haber más de 5 Supremos en todo Foster City. Mañana comenzaré mi formación para sustituir a una de las personas que me han recibido en este día tan importante y seré afortunada porque tendré acceso al libro Socidium, donde podré revisar una información tan privilegiada como es la de conocer el destino de cada habitante de Foster City, con la única excepción, de que no se me está permitido conocer el mío propio.

            Llevo dos meses en el centro de formación, me reúno 6 horas diarias con los Supremos y voy aprendiendo los mecanismos para controlar la vida de los ciudadanos. Todos los días llego a casa con una sensación extraña, la tranquilidad y felicidad que siempre he sentido, empieza a ser cuestionada en mi cuerpo en forma de pequeños impulsos emocionales que me producen cierta sudoración y palpitaciones. Conozco los protocolos de actuación para este tipo de síntomas, así como para otras situaciones que angustiarían a cualquier ser humano. Tengo el honor de conocer cómo generar el destino de cada persona y cómo conducirlo por el camino adecuado. Antes de que me entregaran mi carta de destino, yo nunca hubiera cuestionado el orden protocolario de Foster City. Comienzo a sentir curiosidad sobre mi línea de destino, he podido ver la de otros compañeros, sé cuando se les emparejará, cuando se casarán y cuando tendrán que aportar su primer hijo a la Sociedad y yo lo único que sé del mío es que seré Supremo, y la curiosidad, es un sentimiento nuevo que ha nacido de la nada y me conduce hacia la vía más prohibida de esta Sociedad, que sin duda alguna consiste en cuestionarse los propios métodos de ésta.

Mis manos sudan como nunca, tengo el Socidium entre mis manos, lo abro lentamente, busco mi nombre dentro de él y obtengo la clave de mi línea de destino. Me dirijo hacia el ordenador central, me identifico sin problema y procedo a meter el código que he apuntado. Estoy a una tecla de conocer mi destino y a una tecla de infringir las reglas de Foster City. Me armo de valor, sentimiento también innecesario e inhibido en nuestra Sociedad, y aprieto la tecla. Un brutal ruido se introduce en mis oídos mientras miro mi línea de destino. Un escalofrío recorre mi cuerpo cuando observo que una marca roja plasma exactamente este mismo momento, el mismo día y misma hora que marca el reloj de la sala central. Antes de que me de tiempo a girarme, los guardas que parecen preparados para tal suceso, me aprisionan para aplicarme el protocolo oportuno. Intento nefastamente escaparme de ellos, noto un severo pinchazo en mi brazo izquierdo, el líquido fluye por mis venas y comienza a hacer su efecto, a la par que esto sucede oigo las voces de los otros Supremos, ya en forma de susurros lejanos: “Tranquila, tranquila, en Foster City, todo está controlado”.

domingo, 24 de abril de 2011

LUCIA


Mis padres me contaron, que el primer día que fui consciente de mi reflejo en un espejo, intenté acercarme a él como queriendo fundirme con la imagen que de mí reflejaba, y que al separarme de él, estuve llorando sin parar durante más de una hora.
Yo no recuerdo ese hecho, como no recuerdo otros tantos de mi vida, pero supongo que aquel suceso algo tuvo que ver con que mi padre, todas las noches antes de acostarme, me aupara en el espejo del cuarto de baño, para que pudiera contemplarme mientras él dejaba volar su imaginación y fluir sus palabras, relatándome las más disparatadas historias que he escuchado en el transcurso de mi vida. Mientras esto sucedía, recuerdo cómo me reía,  y cómo me gustaba verme reír a la par que lo hacía mi reflejo en aquel espejo. Cuando mi padre creyó que yo ya era lo suficientemente mayor como para irme a la cama sola, o quizás fuera que ya no se sentía con fuerza para encaramarme en el espejo y seguir sorprendiéndome con sus historias, decidí conservar ese pequeño ritual de mirarme fijamente en el espejo del cuarto de baño, antes de meterme en mi cama, para que el velo de las sombras nocturnas cayera sobre mis párpados y disolviera con ellas, el reciente recuerdo de mi vívida imagen en ese espejo. Y de un simple ritual,  pasó a ser una necesidad imperiosa el examinarme todas las noches desde diferentes ángulos intentando, no sé por cual razón, ver siempre a otra persona. Mis esfuerzos siempre eran vanos, porque al fin y al cabo siempre era yo la que me estaba mirando. Y la necesidad pasó a ser una profunda obsesión. Ésta se hizo más candente en el momento en el que ya no sólo me conformaba con mirarme detenidamente. A veces, una amarga sensación de  vértigo me impulsaba a precipitarme contra él. Su mano, que era la mía, unidas a través del espejo templaba cualquier ira o cualquier pensamiento irracional que hubiera podido experimentar durante el día. Y allí, mientras me sostenía a mi misma, la soledad que como sombra había ido arrastrando todo el día, se diluía por completo a través de ese espejo, hasta que mis labios, los suyos, esbozaban aquella pícara sonrisa que me permitía seguir con aquella parte de mi vida que siempre creí muerta. Mis padres nunca parecieron darle importancia a aquel suceso, y aún recuerdo cómo mi padre a veces me miraba mientras yo seguía allí plantada, y sin decir nada, hacía un vano esfuerzo por huir de la escena. Siempre creí que él escondía algo porque parecía entender mis acciones mejor de lo que yo en aquel momento lo hubiera hecho.
Mis creencias no se alejaban tanto de la realidad, y así lo supe la noche del 15 de abril cuando cumplí mis 18 años. Aquella noche, mis padres me entregaron mi partida de nacimiento, es lo que pensé yo en aquel momento al abrirla, porque prácticamente todos los datos coincidían. Misma fecha de nacimiento, mismo lugar de nacimiento, mismos apellidos, mismos padres pero un nombre distinto al mío. Noté cómo mi respiración se aceleraba mientras una especie de vibración comenzó a sacudir  mi cuerpo. Y como un resorte tuve la necesidad de salir disparada, hacia la única posible parada, el espejo.
Me posicioné delante de él y esta vez no tardé en notar cómo mi mirada se fundía con la de una persona diferente con mi misma apariencia. La sangre empezó a agolparse en mi corazón y pude notar cómo mis mejillas se encendieron aunque el espejo no lo reflejó. Pude ver cómo mi rostro se estremecía bajo el manto de aquella mirada y por un instante aquella imagen se nubló intentando confundir más a mis ojos. Y en aquella noche serena, donde la adrenalina se esparcía por mis venas, comprendí aquel vacío que siempre había sentido. Abrí el grifo para intentar enjuagarme el pánico que en aquel momento me envolvía, para levantar la mirada y enfrentarme de nuevo a la suya, porque aquella noche ya sabía la verdad, que yo no era más que una mitad solitaria, que nunca fui yo la que todas las noches  me examinaba, que siempre había sido ella, desde la otra esfera quien lo hacía. Siempre fue ella, mi hermana Lucía.

Publicado en Netwriters el  08/03/11

MAGIA REINCIDENTE


Dicen que cuando en un mismo escenario, un mago es capaz de producir extraños sucesos anidados causando a los espectadores diversos efectos ópticos, estamos hablando de un claro ejemplo de Magia Reincidente.

Era una niña cuando vi al Gran Falucini por primera vez. Llegó a Crystal Ford con su bigote altivo, pelo ondulado y ojos vivarachos para convertir aquel minúsculo pueblo en un punto de encuentro y obligada visita. Por aquel entonces no tenía una gran reputación como mago, todavía era un proyecto de la propia ilusión que él mismo iba generando. Sin embargo, se paseaba por el pueblo con su traje negro y báculo en mano buscando una víctima para regalarle una dosis de magia y así poder nutrirse de su energía para elaborar nuevos trucos. El Gran Falucini decía que no había mejor regalo en esta vida que ver la cara de un espectador tras un truco de magia, porque por un momento, ese niño que aún llevamos dentro, sale de forma espontánea haciéndose esas preguntas que ésta conlleva. Poco a poco el Gran Falucini se ganó el cariño del pueblo y consiguió tener su propio espectáculo en el Teatro New Harold’s.

El Gran Falucini era un mago exigente con su trabajo. Siempre buscaba la manera de sorprender a los espectadores y esto llegó a obsesionarlo de tal forma que intentaba llevar la magia al límite de toda realidad. Siempre trataba de generar esa espiral en la que el espectador se sumergiría aprovechándola para reincidir en ella creando las ilusiones ópticas que jamás nadie hubiera podido imaginar. Al finalizar los trucos el mago se quedaba mirando a ese público todavía arropado por ese halo de incertidumbre y esperaba esos 30 segundos necesarios, para que la gente saliera del aturdimiento y estallara en aplausos que recibiría con agrado.

Poco a poco, el Gran Falucini, incluía trucos más arriesgados en su espectáculo. Trucos que llevaban su vida al límite simplemente por satisfacer a su público y experimentar el frenesí que le producía el éxito. Se hacía sumergir en angostos bidones transparentes repletos de agua bajo la atenta mirada de la gente, para posteriormente ser ocultado por un telón mientras hacía su labor de escape. Mucha gente intentaba aguantar la respiración mientras éste se desataba para ver cuanta capacidad tenía el mago. Algunos incluso, respiraban y seguían con el juego de aguantar la respiración hasta que el telón, se levantaba de nuevo mostrando algunas veces al mago desatado nadando tranquilamente en el agua, y otras veces, el bidón estaba vacío sin rastro del Gran Falucini. En estos casos, la gente miraba hacia todos los lados, se oía un murmullo en forma de cascada que hacía eco en las paredes del New Harold’s y cuando menos te lo esperabas, reaparecía bajo una luz mortecina en alguna de las entradas del teatro, siempre seco y como si nada hubiera pasado. Este era su truco reincidente, con el cual atrapaba a la gente a sabiendas que cualquier truco que le sucediera doblaría su efecto y daría un final magistral a su espectáculo.

Aquella noche mi madre me llevó al teatro a ver al Gran Falucini en directo, y esa noche, se hizo acompañar de un cuarteto de cuerda que parecía tocar un Mozart premonitorio. El Gran Falucini se sumergió como de costumbre en el bidón, atado por sus dos ayudantes. Comencé el juego que todo espectador ya conocía y aguanté la respiración unas siete veces seguidas. Comencé a oír el murmullo de la gente, un murmullo suscitado por la impaciencia. Cuando por fin el telón se levantó, el Gran Falucini no estaba dentro. Las luces del New Harold’s se encendieron y la gente empezó a aplaudir esperando la aparición del mago por alguno de los rincones del teatro. Pasaron los minutos, todos ellos recubiertos por los gritos impacientes de la gente esperando su presencia para despedir el espectáculo, pero el mago nunca apareció y las puertas del New Harold’s se abrieron cortésmente invitándonos a marchar.

Nunca más se volvió a ver al Gran Falucini y muchas han sido las historias que he oído contar a lo largo de mi vida sobre su última actuación. Unos cuentan que cuando el telón subió, el público vio al Gran Falucini flotando en el bidón. Otros mantienen la teoría de que escapó y sigue vivo y otros piensan que algún día reaparecerá en un nuevo escenario con nuevos trucos. Y la verdad es que, piense lo que piense la gente, yo sigo fiel a mi teoría. El Gran Falucini reincidió tanto en la perfección de sus trucos que consiguió evaporarse bajo la óptica de sus ilusiones, aunque sin duda alguna, lo que consiguió aquella noche no fue más que aquello por lo que siempre había luchado: “Sus hazañas siempre serán narradas y su nombre perdurará en el tiempo”.

Publicado en Netwriters el 30/03/11

EL APRENDIZ DE SUEÑOS

Todavía recuerdo el esfuerzo que hacía para prolongar la temida cita nocturna. Aguantaba despierta hasta horas improcedentes, pero siempre llegaba ese momento del día, donde mis ojos se cerraban dando entrada a ese mundo de sombras en el que quedaba atrapada. Todas las noches me despertaba sobresaltada, empapada en un sudor frío, mientras escuchaba mi voz desgarrada ahogarse en un grito de pánico. Y consciente de que lo peor ya había pasado, sabía que durante el día esas imágenes se me presentarían todas ellas en extravagante procesión, para recordarme que una nueva noche amenazaba con una nueva historia, sin lugar a duda, de lo más estremecedora. Mi vida, se veía afectada por el cansancio que me producía, era una lucha continua por no seguir dormida y despertar de las pesadillas que ninguna terapia había conseguido eliminar.

Mi vida, dio un giro inesperado el día en el que el azaroso destino guió mis pasos hacia aquella librería, e hizo que de casualidad me fijara en un libro que asomaba tímidamente en aquel estante. Tuve la necesidad de cogerlo y me llevé una grata sorpresa cuando leí su título: “El aprendiz de sueños”. De primeras, pensé que era uno más de los muchos libros que te explicaban los tipos y fases del sueño que tan minuciosamente había estudiado. Pero al abrir la primera hoja, lo que parecía ser un libro de bolsillo lleno de los típicos términos aburridos, era una guía práctica para aprender a reconocer los sueños y conseguir hacer de ellos un lugar acogedor.

Los primeros capítulos del libro versaban sobre los principios básicos del aprendiz de sueños y se exponían esas normas fundamentales que un aprendiz, nunca debería olvidar, ni transgredir. Ese mismo día empecé a poner en práctica lo que había leído. Todo es cuestión de hábito, decía el libro, y el primer hábito que había que trabajar era el de cuestionarme mi propia realidad. Me pasé un mes mirando objetos reales y preguntándome constantemente si estos cambiaban con el fin de establecer un punto de referencia, porque los sueños, como bien sabemos, están basados en la inestabilidad de los hechos y en su continuo cambio. Pasado un mes de realizar este ejercicio básico de comprobación, una noche ya en mis sueños, fui capaz de hacerme la misma pregunta mientras observaba un reloj de pared. Cuando volví a mirarlo para responderla, el reloj había desaparecido y en su lugar había un pasillo largo y oscuro. Fue la primera vez que supe que estaba soñando y que no tenía que temer nada de lo que en ese lugar, donde las cosas no son sino parecen, pudiera estar sucediendo. Pero consciente de no tener la información suficiente para manejar aquella situación, mi sueño me arrastró a una de mis tradicionales pesadillas. A partir de esa experiencia, cada día, trabajaba con más ganas las lecciones de mi guía para intentar avanzar con extrema rapidez y llegar al capitulo final, en el que me coronaría “maestra de sueños”. Y en este último capítulo, es donde se explicaba cómo la mente podía funcionar de gaveta compartida y colocar durante el día los objetos que quisieras llevarte al sueño, para poder usarlos en éste y construir el mundo soñado a tu antojo. Me pareció la tarea más complicada de todo este libro, porque a veces, cuando estaba ya dentro de mis sueños lúcidos, intentaba hacer uso de los objetos que me había llevado, y mientras los iba colocando, estos se agitaban y se confundían entre sí dando lugar a nuevas metamorfosis de ideas, tan confusas y semejantes a las que podría producir un enfermo de delirante imaginación. Cuando fui capaz de controlar por completo el paso de objetos del mundo real al de mis sueños, noté progresivamente cómo mi vida iba mejorando. Ahora deseaba tener esa cita nocturna con mis sueños, porque ya era capaz de controlar con magistral habilidad todos los elementos. Hacía y deshacía a mi antojo y cada noche, me llevaba elementos de mi vida cotidiana para hacer más confortable y real mi vida en sueños. Estaba logrando día a día la perfección dentro de ellos. A veces, incluso, mejoraban la realidad presente y la estabilidad que estos mostraban era envidiable.

Pero cuando más convencida estaba de que mi vida ahora era perfecta, de nuevo, el azaroso destino me llevó al mismo sitio donde comencé toda esta historia creyendo que la casualidad me mostraba el mismo escenario de antaño. Observé con detenimiento cada uno de los objetos de la librería. Me llamó la atención que habiendo pasado un año, todo estuviera de la misma forma ordenado, de la misma forma que yo recordaba, y que los títulos que estaban en la estantería de novedades, muy lejos estaban ya de serlo. No percibí ningún cambio en ellos, sin embargo sentí la misma necesidad que tuve en su momento y cogí el libro que insistentemente se me ofrecía. Cual fue mi sorpresa, que lo que parecía ser el mismo libro que me había ayudado a controlar mis sueños, no era más que un plagio de éste pero con un título diferente: “Aprendiz de realidades”. Noté cómo mi rostro se tensaba ante ese descubrimiento y con cierta inquietud volví a mirar a mi alrededor, con la precisión que sólo un maestro de sueños podría tener, para verificar de nuevo, si había algún objeto cambiante y asegurarme del mundo en el que me encontraba. Pero de nuevo, ningún objeto cambió, y la única excepción que podía desentonar en aquel escenario, era el libro que sostenía en mis manos. Y tras una pequeña reflexión comprendí lo que me estaba pasando. El mundo tan perfecto que en mis sueños noche tras noche había ido creando, me estaba jugando una mala pasada, porque ya no sabía distinguir la barrera que separa a estos dos mundos. Había quebrantado una de las normas básicas del aprendiz de sueños: “No compartas toda tu realidad con ellos, porque puedes acabar perdida en éstos”.

Ahora, consciente de estar aferrada al más perfecto sin sentido, intento buscar el equilibrio que me devuelva la razón de las circunstancias, y para ello espero que los días mueran y las noches nazcan para luchar por ese momento, en el que mi vida no sea un sueño y que los sueños, simplemente sean eso.


Nota: Publicado en Netwirters el 22/03/11

miércoles, 6 de abril de 2011

EL LABERINTO DE LAS DECISIONES



Cuando desperté lo único que sabía era que no sabía nada. No recordaba mi vida pasada, sin embargo, estaba allí tumbada en el suelo con la extraña sensación de haber estado antes en aquel lugar. Me levanté torpemente aún sin saber muy bien qué es lo que estaba pasando para descubrir que estaba rodeada de altos muros que no seguían una forma determinada y que me impedían ver más allá de ellos. Giré sobre mí misma para poder tener una visión más clara del lugar en el que estaba atrapada, y sólo conseguí dejar de ver esos muros cuando alcé la vista hacia lo más alto de ellos y me topé con el cielo. Mientras asumía mi estancia entre muros y partes de cielo, la incertidumbre recorrió mi cuerpo por unos instantes mientras me esforzaba inútilmente en recordar cómo había llegado allí. A pesar de todo aquello, tenía la sensación de que debía de sentirme afortunada porque aunque no recordara ni mi identidad ni mis vivencias, las otras partes del conocimiento parecían seguir intactas. Tenía el presentimiento de que mi estancia entre aquellos muros no era fruto de la casualidad y tendría que ser yo misma la que averiguara por qué estaba allí. Comencé intuitivamente a caminar por el pasillo que se abría hacia mi izquierda y pasados unos pocos metros ya pude darme cuenta de que aquella situación era más compleja de lo que hubiera podido imaginar. Los muros parecían formar un entramado artificioso de calles y encrucijadas para confundir a cualquier persona que estuviera allí encerrada. Grité con todas mis fuerzas para ver si obtenía alguna respuesta, pero sólo escuché el eco de mi propia voz  rebotada entre los muros. Allí no parecía haber nadie, sin embargo tenía la extraña sensación de ser observada mientras una avalancha de preguntas inundaba mis pensamientos. ¿Por qué estaba allí?, ¿Por qué no recordaba nada?, ¿Qué se supone que tenía que hacer? Enseguida me dí cuenta de que estaba malgastando mis energías en intentar contestar unas preguntas cuya respuesta no estaba a mi alcance. Examiné minuciosamente los muros por los que iba pasando para ver si podía trepar por ellos, aunque fuera mínimamente, para intentar tener otra perspectiva del laberinto y ser consciente de su dimensión, pero la persona que había diseñado aquella encrucijada había valorado dicha posibilidad y todos los muros presentaban una superficie extremadamente lisa. Estaba condenada a caminar por aquellas calles y así lo asumí dejando atrás esos primeros muros y comenzando esa toma de decisiones que conlleva un laberinto. Derecha, izquierda, izquierda, derecha…y así iba desembocando en nuevas encrucijadas que volvían a bifurcarse endemoniadamente. A veces tenía la sensación de haber estado en el mismo lugar dos veces, aunque la similitud de aquellas paredes hacía complicada la labor de diferenciar aquellos cruces. A pesar del cansancio, mi cuerpo por alguna razón me pedía seguir caminando y así lo hice hasta que a lo lejos, en uno de los pasillos, pude ver un muro en el cual parecía haber algo escrito. Me precipité hacia él pensando que ahí estaba la solución del jeroglífico y cuando pude leer correctamente lo que allí ponía un escalofrío recorrió mi cuerpo porque pude reconocer aquella firma  debajo de la frase. “Este es el camino correcto, estás muy cerca de la salida, podrás encontrarla sola”.  Era mi propia firma, yo había estado allí antes y con mis propias manos había grabado ese mensaje en el muro, de ahí la familiaridad que me transmitía el lugar. ¿Pero, por qué iba yo a hacer semejante cosa? ¿Qué tipo de demente era? ¿Qué pretendía demostrar con todo aquello? Intenté analizar un poco más aquellas letras para ver si había algún mensaje oculto, pero no pude ver nada más, y en medio de aquel cruce tuve que elegir de nuevo, derecha o izquierda. Seguí caminando intentando memorizar el trayecto por si tuviera que deshacer mis pasos hasta ese muro, pero no hizo falta porque a lo lejos de ese pasillo vi una pequeña compuerta. Corrí hacia ella y tiré de una pequeña argolla que sobresalía. La puerta no mostraba más que una especie de tobogán acanalado que parecía precipitarse hacia el vacío. No tenía mucho sentido dejarse caer por aquel agujero, pero tampoco tenía demasiado sentido quedarse dando vueltas por aquel laberinto indefinidamente. Me senté en el principio del tobogán, estiré las piernas, junté los brazos a mi cuerpo y simplemente me dejé caer. Empecé a notar el efecto que causa la velocidad sobre un cuerpo y mientras éste parecía precipitarse hacia la nada, algunos fotogramas de mi vida pasada comenzaron a agolparse en mi mente. Me vi a mi misma recorriendo los pasillos de aquel laberinto, caminando sobre mis propios pasos y escribiendo en el muro aquella frase. Me vi deslizándome de la misma forma que lo había hecho la vez anterior por ese tobogán mientras la sensación de caída vaciaba todo mi ser, pero con la diferencia de que ahora era consciente de que caía por segunda vez. Y mientras caía, esbocé una triunfal sonrisa porque ahora sabía por qué estaba en aquel laberinto y sabía que mi teoría sobre las decisiones había quedado demostrada: “Por muchas oportunidades que me diera la vida, siempre tomaría las mismas decisiones, y aun siendo estas equívocas siempre desembocarían en el mismo punto”. 

 Cerré los ojos y disfruté de mi recorrido por  los últimos metros de aquel tobogán.