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miércoles, 6 de abril de 2011

EL LABERINTO DE LAS DECISIONES



Cuando desperté lo único que sabía era que no sabía nada. No recordaba mi vida pasada, sin embargo, estaba allí tumbada en el suelo con la extraña sensación de haber estado antes en aquel lugar. Me levanté torpemente aún sin saber muy bien qué es lo que estaba pasando para descubrir que estaba rodeada de altos muros que no seguían una forma determinada y que me impedían ver más allá de ellos. Giré sobre mí misma para poder tener una visión más clara del lugar en el que estaba atrapada, y sólo conseguí dejar de ver esos muros cuando alcé la vista hacia lo más alto de ellos y me topé con el cielo. Mientras asumía mi estancia entre muros y partes de cielo, la incertidumbre recorrió mi cuerpo por unos instantes mientras me esforzaba inútilmente en recordar cómo había llegado allí. A pesar de todo aquello, tenía la sensación de que debía de sentirme afortunada porque aunque no recordara ni mi identidad ni mis vivencias, las otras partes del conocimiento parecían seguir intactas. Tenía el presentimiento de que mi estancia entre aquellos muros no era fruto de la casualidad y tendría que ser yo misma la que averiguara por qué estaba allí. Comencé intuitivamente a caminar por el pasillo que se abría hacia mi izquierda y pasados unos pocos metros ya pude darme cuenta de que aquella situación era más compleja de lo que hubiera podido imaginar. Los muros parecían formar un entramado artificioso de calles y encrucijadas para confundir a cualquier persona que estuviera allí encerrada. Grité con todas mis fuerzas para ver si obtenía alguna respuesta, pero sólo escuché el eco de mi propia voz  rebotada entre los muros. Allí no parecía haber nadie, sin embargo tenía la extraña sensación de ser observada mientras una avalancha de preguntas inundaba mis pensamientos. ¿Por qué estaba allí?, ¿Por qué no recordaba nada?, ¿Qué se supone que tenía que hacer? Enseguida me dí cuenta de que estaba malgastando mis energías en intentar contestar unas preguntas cuya respuesta no estaba a mi alcance. Examiné minuciosamente los muros por los que iba pasando para ver si podía trepar por ellos, aunque fuera mínimamente, para intentar tener otra perspectiva del laberinto y ser consciente de su dimensión, pero la persona que había diseñado aquella encrucijada había valorado dicha posibilidad y todos los muros presentaban una superficie extremadamente lisa. Estaba condenada a caminar por aquellas calles y así lo asumí dejando atrás esos primeros muros y comenzando esa toma de decisiones que conlleva un laberinto. Derecha, izquierda, izquierda, derecha…y así iba desembocando en nuevas encrucijadas que volvían a bifurcarse endemoniadamente. A veces tenía la sensación de haber estado en el mismo lugar dos veces, aunque la similitud de aquellas paredes hacía complicada la labor de diferenciar aquellos cruces. A pesar del cansancio, mi cuerpo por alguna razón me pedía seguir caminando y así lo hice hasta que a lo lejos, en uno de los pasillos, pude ver un muro en el cual parecía haber algo escrito. Me precipité hacia él pensando que ahí estaba la solución del jeroglífico y cuando pude leer correctamente lo que allí ponía un escalofrío recorrió mi cuerpo porque pude reconocer aquella firma  debajo de la frase. “Este es el camino correcto, estás muy cerca de la salida, podrás encontrarla sola”.  Era mi propia firma, yo había estado allí antes y con mis propias manos había grabado ese mensaje en el muro, de ahí la familiaridad que me transmitía el lugar. ¿Pero, por qué iba yo a hacer semejante cosa? ¿Qué tipo de demente era? ¿Qué pretendía demostrar con todo aquello? Intenté analizar un poco más aquellas letras para ver si había algún mensaje oculto, pero no pude ver nada más, y en medio de aquel cruce tuve que elegir de nuevo, derecha o izquierda. Seguí caminando intentando memorizar el trayecto por si tuviera que deshacer mis pasos hasta ese muro, pero no hizo falta porque a lo lejos de ese pasillo vi una pequeña compuerta. Corrí hacia ella y tiré de una pequeña argolla que sobresalía. La puerta no mostraba más que una especie de tobogán acanalado que parecía precipitarse hacia el vacío. No tenía mucho sentido dejarse caer por aquel agujero, pero tampoco tenía demasiado sentido quedarse dando vueltas por aquel laberinto indefinidamente. Me senté en el principio del tobogán, estiré las piernas, junté los brazos a mi cuerpo y simplemente me dejé caer. Empecé a notar el efecto que causa la velocidad sobre un cuerpo y mientras éste parecía precipitarse hacia la nada, algunos fotogramas de mi vida pasada comenzaron a agolparse en mi mente. Me vi a mi misma recorriendo los pasillos de aquel laberinto, caminando sobre mis propios pasos y escribiendo en el muro aquella frase. Me vi deslizándome de la misma forma que lo había hecho la vez anterior por ese tobogán mientras la sensación de caída vaciaba todo mi ser, pero con la diferencia de que ahora era consciente de que caía por segunda vez. Y mientras caía, esbocé una triunfal sonrisa porque ahora sabía por qué estaba en aquel laberinto y sabía que mi teoría sobre las decisiones había quedado demostrada: “Por muchas oportunidades que me diera la vida, siempre tomaría las mismas decisiones, y aun siendo estas equívocas siempre desembocarían en el mismo punto”. 

 Cerré los ojos y disfruté de mi recorrido por  los últimos metros de aquel tobogán.

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