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domingo, 24 de abril de 2011

MAGIA REINCIDENTE


Dicen que cuando en un mismo escenario, un mago es capaz de producir extraños sucesos anidados causando a los espectadores diversos efectos ópticos, estamos hablando de un claro ejemplo de Magia Reincidente.

Era una niña cuando vi al Gran Falucini por primera vez. Llegó a Crystal Ford con su bigote altivo, pelo ondulado y ojos vivarachos para convertir aquel minúsculo pueblo en un punto de encuentro y obligada visita. Por aquel entonces no tenía una gran reputación como mago, todavía era un proyecto de la propia ilusión que él mismo iba generando. Sin embargo, se paseaba por el pueblo con su traje negro y báculo en mano buscando una víctima para regalarle una dosis de magia y así poder nutrirse de su energía para elaborar nuevos trucos. El Gran Falucini decía que no había mejor regalo en esta vida que ver la cara de un espectador tras un truco de magia, porque por un momento, ese niño que aún llevamos dentro, sale de forma espontánea haciéndose esas preguntas que ésta conlleva. Poco a poco el Gran Falucini se ganó el cariño del pueblo y consiguió tener su propio espectáculo en el Teatro New Harold’s.

El Gran Falucini era un mago exigente con su trabajo. Siempre buscaba la manera de sorprender a los espectadores y esto llegó a obsesionarlo de tal forma que intentaba llevar la magia al límite de toda realidad. Siempre trataba de generar esa espiral en la que el espectador se sumergiría aprovechándola para reincidir en ella creando las ilusiones ópticas que jamás nadie hubiera podido imaginar. Al finalizar los trucos el mago se quedaba mirando a ese público todavía arropado por ese halo de incertidumbre y esperaba esos 30 segundos necesarios, para que la gente saliera del aturdimiento y estallara en aplausos que recibiría con agrado.

Poco a poco, el Gran Falucini, incluía trucos más arriesgados en su espectáculo. Trucos que llevaban su vida al límite simplemente por satisfacer a su público y experimentar el frenesí que le producía el éxito. Se hacía sumergir en angostos bidones transparentes repletos de agua bajo la atenta mirada de la gente, para posteriormente ser ocultado por un telón mientras hacía su labor de escape. Mucha gente intentaba aguantar la respiración mientras éste se desataba para ver cuanta capacidad tenía el mago. Algunos incluso, respiraban y seguían con el juego de aguantar la respiración hasta que el telón, se levantaba de nuevo mostrando algunas veces al mago desatado nadando tranquilamente en el agua, y otras veces, el bidón estaba vacío sin rastro del Gran Falucini. En estos casos, la gente miraba hacia todos los lados, se oía un murmullo en forma de cascada que hacía eco en las paredes del New Harold’s y cuando menos te lo esperabas, reaparecía bajo una luz mortecina en alguna de las entradas del teatro, siempre seco y como si nada hubiera pasado. Este era su truco reincidente, con el cual atrapaba a la gente a sabiendas que cualquier truco que le sucediera doblaría su efecto y daría un final magistral a su espectáculo.

Aquella noche mi madre me llevó al teatro a ver al Gran Falucini en directo, y esa noche, se hizo acompañar de un cuarteto de cuerda que parecía tocar un Mozart premonitorio. El Gran Falucini se sumergió como de costumbre en el bidón, atado por sus dos ayudantes. Comencé el juego que todo espectador ya conocía y aguanté la respiración unas siete veces seguidas. Comencé a oír el murmullo de la gente, un murmullo suscitado por la impaciencia. Cuando por fin el telón se levantó, el Gran Falucini no estaba dentro. Las luces del New Harold’s se encendieron y la gente empezó a aplaudir esperando la aparición del mago por alguno de los rincones del teatro. Pasaron los minutos, todos ellos recubiertos por los gritos impacientes de la gente esperando su presencia para despedir el espectáculo, pero el mago nunca apareció y las puertas del New Harold’s se abrieron cortésmente invitándonos a marchar.

Nunca más se volvió a ver al Gran Falucini y muchas han sido las historias que he oído contar a lo largo de mi vida sobre su última actuación. Unos cuentan que cuando el telón subió, el público vio al Gran Falucini flotando en el bidón. Otros mantienen la teoría de que escapó y sigue vivo y otros piensan que algún día reaparecerá en un nuevo escenario con nuevos trucos. Y la verdad es que, piense lo que piense la gente, yo sigo fiel a mi teoría. El Gran Falucini reincidió tanto en la perfección de sus trucos que consiguió evaporarse bajo la óptica de sus ilusiones, aunque sin duda alguna, lo que consiguió aquella noche no fue más que aquello por lo que siempre había luchado: “Sus hazañas siempre serán narradas y su nombre perdurará en el tiempo”.

Publicado en Netwriters el 30/03/11

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