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miércoles, 25 de mayo de 2011

AL OTRO LADO DEL MOSTRADOR



Alguien ha apagado las luces del local mientras Antonio se mantiene en silencio al otro lado del mostrador. Inmóvil, contiene la respiración mientras una presencia extraña se desliza por la sala. Esta sensación le dura un par de segundos, o a caso menos. Antonio apoya una mano sobre el mostrador a la par que le llega el sonido de una puerta cerrándose. Mantiene la esperanza de que alguien encienda de nuevo las luces para recobrar la normalidad, sin embargo, el silencio sigue envolviendo la sala y la penumbra recubre su ya agitada respiración. Antonio empieza a sentir miedo, mueve lentamente la otra mano para aferrarse con fuerza al mostrador a la vez que impulsa su cuerpo hacia delante para intentar percibir algún sonido más que le desvele alguna pista de la extraña presencia. Sin ningún éxito, siente cómo alguien le sacude por detrás, a la altura de las rodillas, haciendo que su cuerpo se desplace hacia delante y golpee su  boca bruscamente contra la madera del mostrador. Nota el sabor salado de la sangre en la comisura de los labios y  deja que su cuerpo resbale hasta el suelo. Con la punta de sus zapatos de Gucci negros apuntando hacia el techo, siente cómo esa extraña presencia le oprime con fuerza el pecho. Intenta instintivamente gritar, su voz se extiende sin frenos hueca por el local haciéndole comprender lo que está a punto de suceder. No sirve de nada gritar, está solo, nadie va a escuchar su grito, nadie parece  que vaya a entrar a ayudarlo. El mundo se desvanece para Antonio, que allí sigue tumbado, aguantando la presión en el pecho mientras se agarra a ese pequeño hilo que todavía le vincula a la realidad. Soporta su agonía con pequeñas dosis de recuerdos mientras la presión se extiende hacia los brazos. Antonio ya no ve nada, no escucha nada y está empezando a no sentir nada. Todo lo que había creído real se diluye por completo llevándose con ello esa presencia que tanto daño le ha causado al ritmo de unos interminables segundos que pasan lentamente bajo ruegos desesperados de auxilio.

El local se vuelve a iluminar, Antonio se encuentra de pie, cerca de la puerta, muy lejos del mostrador. Las luces giratorias de una ambulancia se reflejan a través de los cristales del local. 

-- Antonio, ¿puedes oírme?

Antonio apenas escucha lo que dice aquella voz, no recuerda nada de lo que ha pasado y toda su atención se centra en el grupo de gente que hay arremolinada alrededor del mostrador. Durante un instante, cree vivir los esfuerzos inútiles de un hombre por levantarse al otro lado de éste. A estos esfuerzos se le unen los de un personal sanitario haciendo lo imposible por reanimarle. Todas esas sensaciones que le vinculan con la situación, le llevan a sentir el deseo de acercase un poco más hacia el mostrador. Y eso es lo que hace, dirigirse sin prisa hacia el grupo de gente apiadándose del hombre que  yace allí inerte mientras centra su atención en aquellos zapatos Gucci, negros, que sobresalen por debajo del mostrador. Aún creyendo reconocer esos zapatos, Antonio siente por primera vez un soplo inesperado de felicidad por no ser él la persona que está allí tendida, perdiendo la vida, al otro lado del mostrador.