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jueves, 9 de junio de 2011

TU VIDA O SU MUERTE


Se presentó una noche de invierno envuelto en una niebla espesa con un sombrero vaquero negro en la mano. Llamó a la puerta tres veces y el sonido se extendió por toda la casa mientras hacía eco sordo en mis oídos. Sentí cómo el frío de la noche recorría mi cuerpo y me quedé por un instante atrapada en aquel momento. No esperaba a nadie, el reloj de pared marcaba impasible su hora dando comienzo a ese día cuya fecha quedará grabada en mi memoria hasta el día de mi muerte.


Aquel señor podría tener unos sesenta y cinco años. Yo le miraba mientras él fijaba sus ojos en mis manos temblorosas. Ese halo misterioso que lo recubría me hipnotizó por completo. Posó su mano sobre mi hombro mientras pronunciaba unas extrañas palabras que, en días como hoy, aún resuenan en mi cabeza. Después, con su otra mano, dejó caer el sombrero sobre la mía. No pude decir nada, inmóvil le miraba buscando una explicación a esa escena. El hombre de pelo lacio se giró silenciosamente y arrastró sus pies hacia la bruma de la noche para fundir su imagen con ella por completo. Estudié minuciosamente el sombrero negro y encontré una nota dentro. Leí las frases escritas varias veces hasta que creí comprender que no era más que un estúpido juego. Un sombrero mágico que concedía una fortuna si lo llevabas puesto durante un día a cambio de la vida de una persona en otro lugar del planeta.

 Tuvieron que pasar varias semanas para que volviera a fijarme en el sombrero. Me lo puse en la cabeza y me miré en el espejo mientras el reflejo de mi propia imagen me analizaba sin piedad. Mis deudas apretaban cada vez más fuerte la soga de mi desdicha y mientras los días se deslizaban indiferentes a estos problemas financieros, nadie parecía venir en mi auxilio a aflojarla. En aquel momento, mi solución simplemente parecía pasar por lucir un singular sombrero mientras aguantaba la mirada de la gente bajo un puñado de dedos señalando mi cabeza. Tan desesperada era mi situación que en un arrebato de locura, delante del espejo, decidí que no pasaría nada por probar suerte y vestirme con éste. Total, la supuesta magia del sombrero encontraría el camino para darme la riqueza y una persona totalmente desconocida moriría en algún lugar del planeta, un hecho que con independencia de llevarlo puesto, lamentablemente, iba a suceder quisiera o no quisiera.
 
Esperé a que el sol se ocultara y permanecí sentada en el sofá de mi casa. Doce serían las campanadas para ponerme el sombrero en mi cabeza y doce serían las campanadas que aguardaría para podérmelo quitar. El día transcurrió tranquilo entre las risas y el murmullo de la gente por ese singular sombrero que en ningún momento se despegó de mi cabeza. Así dejé pasar el tiempo hasta que las manecillas del reloj volvieron a juntarse. Tres golpes retumbaron en la puerta igual de secos que los de aquella noche. El mismo hombre esperaba paciente tras la puerta para recuperar su sombrero a cambio de un cheque con una valiosa cantidad de dinero que solucionaría todos mis problemas. Tras el intercambio pude oír perfectamente la frase que salió de sus labios, esa frase que constantemente sigue repitiéndose en mi mente todas las mañanas cuando despierto: “Enhorabuena, Larry Lambert ha muerto, pero tus problemas se han solucionado”.

 Han pasado cinco años desde aquel suceso y hoy, paseando por el parque, me ha parecido ver ese sombrero entre la multitud. Recordar esa imagen me ha hecho sentir el frío de una hoja de acero atravesando mi cuerpo. No hay día que no haya dejado de pensar en el hecho de que un tal Larry Lambert muriese para que yo pudiera vivir el resto de mi vida tranquilamente. Hoy tengo la extraña sensación de que ya es demasiado tarde para todo, vuelve a ser una noche de niebla espesa y la imagen del sombrero en una cabeza ajena más que nunca me atormenta porque sé que por ello alguien va morir. Siento cómo el latido de mi corazón se frena en seco. Son las doce de la noche, el reloj de pared que dejó de funcionar hace ya más de un año vuelve misteriosamente a marcar su hora. Cierro los ojos porque sé que mi día ha llegado, mi alma se fundirá con el silencio de la noche mientras en algún lugar del planeta, una persona se quita el sombrero y espera ansiosa la cantidad de dinero que resolverá sólo por un tiempo todos sus problemas.