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martes, 25 de octubre de 2011

PASARÁ POR ALLÍ


           Todo pueblo que se precie tiene, al menos, un edificio que capta nuestra atención sin que sepamos explicar por qué. Desde muy pequeño Marvin había tenido claro que, ese edificio, era la antigua biblioteca del pueblo con su alta torre. Todos los días, a la salida de la escuela, pasaba por delante de la puerta y, cuidadosamente, se asomaba por una de las ventanas que quedaban a su alcance. A pesar de no poder ver nada en su interior, por unos momentos imaginaba qué es lo que se conservaría de aquella antigua biblioteca y miraba siempre la puerta esperando algún día encontrarla abierta para poder explorar a su antojo aquel misterioso edificio. 

             Ese día tan esperado llegó en el duodécimo cumpleaños de Marvin. Cuando regresaba de la escuela se paró frente al edificio. Notó una pequeña ráfaga de aire recorrer su cuerpo e, instintivamente, se giró hacia la puerta. Siempre le había parecido enorme, aunque la diferencia con respecto a otros días no estaba en su tamaño, sino en su posición, estaba entreabierta. Marvin interpretó aquel hecho como una invitación a pasar. Se aseguró de que nadie le viera, aunque a esas horas, en invierno, los edificios quedaban recortados a la luz de las farolas y el silencio se imponía en las calles. Una vez dentro de aquella enigmática construcción, Marvin agradeció llevar en su mochila la pequeña linterna que le había regalado ese mismo día su madre. Iluminó con ella  la habitación. El haz de luz recorrió las paredes de la diáfana sala hasta vislumbrar el comienzo de una escalera, sin dudarlo ni un momento se dirigió hacia ella. Marvin intuía un acceso a la torre. Siempre se había preguntado cómo se vería el pueblo desde esa altura, ningún otro edificio superaba a esta vieja torre. Cuando Marvin subió los setecientos escalones, el corazón le latía tan fuerte que era lo único que en aquel momento podía escuchar. Esperó a poder respirar con normalidad y se acercó a una de las almenas. De puntillas, observó su pueblo desde lo alto. Podía ver el tejado de la casa de su amigo Jim, un poco más lejos el de su amigo Jack y, así, fue identificando uno a uno todos los tejados de las casas de sus amigos. Al llegar al final del pueblo, donde ya no había más tejados que reconocer, se vio sorprendido por una línea recta, formada a base de luces en movimiento uniforme que iban y venían en ambos sentidos. A Marvin aquello le recordaba a una autopista, pero bien sabía que por  Madison Creek nunca había pasado ninguna y tampoco tenían planificado hacerla. Se quedó allí, durante unos minutos, absorto en el vaivén de las luces.

            Una vez fuera del edificio, Marvin sintió curiosidad por ver de cerca lo mismo que había avistado desde la torre. Comenzó a callejear por el mismo recorrido que su vista había realizado desde las alturas. Al llegar al límite del pueblo, comprobó, que no había rastro de esas luces en movimiento y, ni mucho menos, rastro de una autopista. Agotado, se sentó en el suelo. Al apoyar sus manos, notó vibraciones similares a las que se podrían percibir si hubiera vehículos pasando cerca. Aquellas vibraciones disminuyeron su intensidad poco a poco y se convirtieron en pequeños golpecitos, como si de código morse se tratase. Marvin no pudo despegar las manos del suelo hasta que finalizaron todos y cada uno de ellos. Asustado, se apresuró a llegar a su casa. Nada más ver a su madre gritó “pasará por aquí”.

            En Madison Creek no se habla de otra cosa. Han iniciado unas obras al final del pueblo, todos se preguntan qué es lo que van a construir, todavía no hay noticia oficial de ello aunque Marvin sabe muy bien de qué se trata. La antigua biblioteca ha sido restaurada y, ahora, se puede subir libremente a la torre para contemplar las vistas que ésta ofrece. Hoy, Marvin, encara de nuevo los setecientos peldaños, una vez arriba,  ya sin necesidad de empinarse, observa la autopista y sonríe, es consciente de que cuando finalicen las obras, ya no será el único en verla desde esa torre.