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martes, 10 de enero de 2012

EL AMOR EN CLAVE DE BIT


Si algo está claro es que las nuevas tecnologías acercan a las personas que más distantes están y alejan a las que más cerca se encuentran.
Silvia era consciente de ello, desde que había descubierto el chat en Internet se pasaba horas a diario hablando con desconocidos, algunos no tanto después de varios meses conversando con ellos, aunque nunca tuviera la certeza de saber cuánta verdad había en lo que le contaban. A Silvia aquello poco le importaba, ella ocupaba sus tardes solitarias sentada delante del ordenador y, a veces, incluso, se permitía el lujo de poder ser una persona totalmente diferente, porque ella, en contra de su principio de sinceridad, también jugaba de vez en cuando a ser quien no era y aquello le producía cierto bienestar.
Cuando conoció a Lucas, o a la persona que se hacía llamar Lucas en el IRC, algo cambió. Desde el primer momento sitió una conexión bastante especial con él y, por lo que parecía, Lucas también debía de sentirla porque allí estaba, puntualmente conectado todos los días a las siete de la tarde, esperándola. Pasaron meses intercambiando opiniones y compartiendo sus vidas. Casi todos sus gustos coincidían, incluso alguna de sus manías como la de tomar siempre el café solo, en vaso mediano y con dos azucarillos. A diferencia de lo que uno pudiera pensar, el virus del amor se fue transmitiendo bit a bit  y  llegó directo al corazón de Silvia.
Aquella relación era perfecta, o por lo menos así lo sentía ella que, tras su jornada de trabajo, deseaba llegar a casa para hablar con Lucas, sin hacer caso a sus amigos que no consideraban aquella relación algo sano puesto que la estaba alejando bastante de mundo que ellos consideraban real. Pero a pesar de toda aquella perfección, el primer dilema de Silvia llegó el día en que Lucas le mandó una fotografía suya y le pidió que hiciera lo mismo para poderla conocer físicamente. Silvia había intentado retrasar aquel momento en varias ocasiones, porque pensaba que aquel intercambio de instantáneas podría acabar con aquellas tardes mágicas y, total, la probabilidad que tenían de encontrarse o de verse, tal cual transcurrían sus vidas, era nula.
Aquella tarde Silvia se miró al espejo varias veces, se examinó de arriba abajo y no le gustó lo que vio,  imposible enviárselo a Lucas y menos ahora que ella había visto su foto. Su imagen había mejorado con creces el Lucas perfecto que ya ocupaba su mente y, por primera vez en su relación, Silvia prefirió incurrir a un pequeño engaño y buscó una foto de su mejor amiga Marta, a la cual consideraba bastante guapa, para enviársela. A fin de cuentas, ¿llegarían a conocerse algún día? La distancia que los separaba y las probabilidades de encontrarse eran bastante pequeñas y, aunque estaba enamorada de él, a Silvia aún le quedaba un poquito de sentido común y era consciente de que aquella relación no tendría futuro.
Aquella fotografía le costó a Silvia varias conversaciones escuchando lo guapa que era. Bueno, lo guapa que era Marta. Según avanzaban los días, el malestar por haber mentido a Lucas sobre su aspecto físico se incrementaba y el día en que decidió decirle la verdad sobre la foto fue demasiado tarde. Ese día Lucas le comunicó que iría a su ciudad, por cuestiones de trabajo, a pasar una semana, y que podrían quedar a tomar un café a la misma hora en que se sentaban delante de sus ordenadores para iniciar la charla diaria.
Desde luego, si alguien podía hacer algo así por Silvia, no podía ser otra que su mejor amiga que, compadeciéndola, decidió hacerse pasar por ella en la cita, al fin y al cabo habían estado toda la vida juntas y conocía a Silvia tanto como sí de su hermana se tratara. Obviamente, Silvia eligió el Café Central, del que tanto había hablado a Lucas, y puso al día a Marta de las últimas novedades de su amigo. Se citaron en la puerta principal del café a las siete de la tarde.
Silvia entró en la cafetería y eligió su sitio como quien va a ver un espectáculo. Se encontraba nerviosa y no sabía muy bien cómo iba a salir de aquel jaleo. Pidió su café, solo, en vaso mediano y con dos azucarillos,  y esperó a que Marta entrara con el hombre de su vida.
Cuando los vio aparecer a los dos juntos, irónicamente, pensó que hacían buena pareja, aunque obviamente era a ella a quien le hubiera gustado estar allí pero, su cobardía la había relegado a aquel puesto de espectador. Se sentaron tres mesas hacia su derecha, lo suficiente para que Silvia pudiera ver de frente a Lucas. Marta pidió su café solo, en vaso mediano y con dos azucarillos imitando los gustos de Silvia pero Lucas pidió simplemente un descafeinado en taza y aquel pequeño detalle llamó la atención de Silvia. Los dos se reían, parecían que se lo pasaban estupendamente, eso probaba que Marta debía de estar haciendo bien el papel de Silvia porque Lucas no parecía extrañarse por nada. Pasada media hora, consciente de lo absurdo que era ser espectadora de su propia cita, Silvia se dio cuenta de que alguien la miraba. Un hombre atractivo, no tanto como Lucas, estaba sentado dos mesas a su izquierda y cruzaba las manos sobre un vaso mediano y los restos de papel de dos azucarillos, iguales a los que había en el platillo de su café. Por primera vez aquella tarde, Silvia esbozó una sonrisa, se levantó lentamente de su asiento y se acercó a aquel hombre.
—Hola, soy Silvia Martínez, ¿te importa que me tome el café contigo?