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jueves, 17 de mayo de 2012

LA MANO DERECHA

El señor Aguado, director general de los grandes almacenes “Mundo elegante”, esperaba en su despacho la llegada de los candidatos al puesto de gerente de compras y ventas para entrevistarles. Su secretaria, la señorita Márquez, había llamado horas antes a la puerta de su despacho y le había entregado un dossier con los currículos de  los candidatos que habían superado las pruebas de selección, rigurosamente ordenados por orden alfabético. Un total de cuatro personas, un hombre y tres mujeres componían la lista. El señor Aguado examinó sus referencias con detenimiento, aunque ya sabía de antemano cual sería su elección.

Realizó las entrevistas. Cualquiera de las tres mujeres hubiera podido desarrollar el trabajo perfectamente pero el señor Aguado se fiaba más de los hombres y se decantó por Don Álvaro Espinosa, un joven licenciado en comercio y negocio que, a pesar de su desconcertante aspecto y a pesar de tener menos experiencia que las candidatas, le daba mayor confianza para el puesto.

Don Álvaro Espinosa comenzó esa misma semana a desempeñar su trabajo en “Mundo elegante” y en unos meses se había convertido en una pieza fundamental para la empresa. Las decisiones que tomó y las estrategias de marketing adoptadas hicieron que la compañía aumentara sus ingresos un 13% el primer trimestre. Aquellas cifras asombraron al señor Aguado y le permitieron reafirmar su elección ante la junta de socios que, al principio, habían dudado de su decisión. Estaba claro que la escasa estatura de Don Álvaro, su pelo lacio, los trajes amplios que vestía, no se correspondían con la imagen de gerente de “Mundo elegante” pero los ingresos que había proporcionado a la empresa desde su llegada hicieron que su aspecto dejara de tener  importancia.

No hizo falta ni un año para que Don Alvaro Espinosa pasara a formar parte de la directiva de “Mundo elegante”. Cualquier decisión pasaba siempre por sus manos. Sin duda alguna era la mano derecha del señor Aguado y todos apuntaban a que sería su sucesor en la empresa.

Una mañana, cuando Álvaro y el señor Aguado discutían en su despacho unas decisiones importantes sobre ampliación de mercados, irrumpió en la sala un hombre algo agitado  que, perseguido por la señorita Márquez, insistía que su mujer estaba allí. Al verlo entrar Álvaro y el Señor Aguado se levantaron sobresaltados. El hombre, a su vez, se quedó mirando a don Álvaro, como hacían todos los que le veían por primera vez.

— Disculpe, Señor Aguado, no he podido hacer nada para retenerlo. Insistía en que su mujer estaba trabajando en este despacho — dijo la señorita Márquez algo avergonzada por no haber sabido controlar la situación.

— Pues como ve, señor...
— Segura....

— señor Segura, aquí no hay ninguna mujer — Dijo el señor Aguado echando un vistazo a su alrededor — Si nos disculpa, estamos en una reunión muy importante y nos gustaría proseguir con ella.

El señor Segura no consiguió apartar la vista de Álvaro pero, antes de que pudiera decir nada, fue el mismo Álvaro el que rompió el silencio.

— Luego hablamos en casa, Roberto.

El señor Aguado se quedó perplejo ante aquella contestación. Miró fíjamente a Álvaro y,  por primera vez,  pudo ver cómo un pequeño mechón rubio asomaba por debajo de su lacio pelo negro.