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domingo, 30 de junio de 2013

CICATRICES A LA CARTA




Mi hijo Martin se pasaba los fines de semana viendo las películas de Harry Potter. Le encantaba ver cómo el pequeño mago, no tan pequeño en las últimas entregas de la saga, escapaba del malvado Voldemort. No hacía falta que nadie me dijera que le gustaba, lo sabía porque sus ojos se agrandaban al ver los trucos de Harry y, aunque se los sabía de memoria, mostraba siempre el mismo entusiasmo.
Una tarde, mi hijo me dijo:

—Mamá, algún día seré como Harry Potter.
—¿Mago? —Pregunté yo. 
—Sí —Respondió muy seguro de sí mismo. Con la seguridad que tiene un niño de diez años al hacer estas afirmaciones.

Yo no le di importancia a esto que dijo porque… ¿Qué niño de diez años no ha querido parecerse a alguien? Mi hijo, no sé por qué razón, eligió a Harry Potter.

Unos días después de esa inocente confesión, la señorita Farr, directora del colegio al que asistía mi hijo, me llamó para comunicarme que Martin había sufrido un pequeño accidente y que estaba siendo atendido en la sala de urgencias del hospital. 

Aunque la señorita Farr me dijo que no había motivos para preocuparme y calificó el suceso de “pequeño incidente”, fui todo lo rápido que pude. Cuando lo vi sentado en la camilla, no pude evitar asustarme. Tenía la frente enrojecida y le habían tenido que dar puntos.  La calma llegó cuando Martin me sonrió y me dijo “Estoy bien, mamá, no ha pasado nada”. 

Le pregunté en varias ocasiones cómo se hizo aquella herida. Nunca obtuve una respuesta diferente a “Jugando, mamá, jugando…”  Sus amigos tampoco me ayudaron mucho a esclarecer los hechos.

La respuesta no la tenía demasiado lejos, lo supe una tarde que entré en su cuarto y me fijé en el póster que tenía colgado encima de la cama. Sí, mi hijo ahora tenía una cicatriz muy parecida a la que lucía Harry Potter en su frente. Una cicatriz en forma de relámpago que le hacía diferente, único y especial o, al menos, eso es lo que mi hijo pensaba cuando la mostraba orgulloso a sus amigos.

Pasé tiempo pensando en esa travesura. Me preguntaba cómo se le había ocurrido a mi hijo hacer semejante cosa. Estaba claro que quería ser como Harry Potter, pero hacerse una cicatriz aposta…

Han pasado tres años. Mi hijo Martin sigue mostrando orgulloso su “cicatriz de mago” en la frente. Su diablura me dio una gran idea y, gracias a ella, dirijo una clínica de gran éxito. Hoy espero a Arthur, un apuesto joven que quiere parecerse a Joaquin Phoenix. Bueno, en realidad quiere tener la misma cicatriz que el actor posee en su labio superior. Su mujer Martha dice que estaría muy sexy.

Hoy vienen los dos juntos a mi clínica, Cicatrices a la carta, para ultimar los detalles de la operación.