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jueves, 10 de julio de 2014

ME GUSTA

Las vacaciones de Marina estaban siendo un asco. Eso pensaba ella mientras observaba en la pantalla de su móvil cómo su amiga Almudena había posado felizmente junto a su novio Fran frente a la playa de Cádiz hacía, aproximadamente, cuatro horas. Veinte personas ya habían indicado que aquella publicación en el perfil de Facebook de Almudena les gustaba y trece de ellas habían comentado positivamente su estado “De vacaciones con mi novio”. Desde luego, a Marina también le gustaba aquella publicación, no sólo le gustaba sino que sentía un poco de envidia. A ella le encantaba la playa pero, este año, por motivos económicos, le iba a ser imposible tenerla cerca. Marina no dudó un segundo en hacer clic sobre el botón de “me gusta” aumentando a veintiuno el contador de la foto.

Mientras pensaba en lo feliz que se veía a Almudena, su móvil emitió de nuevo ese sonido que indicaba, una vez más, que alguien había subido una publicación en Facebook. Esta vez fue su amiga Belén la que, mostrando un look muy veraniego, se había retratado junto a una paella gigante que iba a compartir con su familia, esa a la que sólo podía visitar en verano. Marina no pudo evitar echar un vistazo a la mesa de su cocina para volver a ver el plato de macarrones precocinados que ella misma se había calentado con desgana  en el microondas y que, por supuesto, no compartiría con nadie. Suspiró una vez más y con algo de rabia, dio al botón “me gusta” de la foto y añadió el comentario “¡Cómo te vas a poner, Belén!”

Horas más tarde, fue su amiga Mayte la que colgó una foto en su perfil con sus amigas de la facultad. Todas ellas lucían un bronceado uniforme y reían sobre un yate en Ibiza. Marina comprendió que Mayte se lo estaba pasando de miedo en la despedida de soltera de su amiga Yolanda. Una vez más, Marina pulsó el botón “me gusta” mientras, aburrida en el sofá de su casa, escuchaba el ruido de su viejo ventilador que, moviendo el aire de la sala, intentaba aliviar el calor de la tarde. Harta de ver las fotos que compartían sus amigas en Facebook, Marina decidió desactivar las notificaciones en su móvil para dejar de torturarse. Pensó que ya estaba lo suficientemente desanimada con sus vacaciones para pasarse el día viendo lo maravillosas que estaban siendo las de los demás.

Dos días más tarde, cuando Marina despertó de la siesta, tenía tres llamadas perdidas en su móvil. Almudena, Belén y Mayte querían hablar con ella. Marina resopló, no le apetecía nada conversar con sus amigas. Supuso que le contarían lo bien que se lo estaban pasando mientras ella seguía aburriéndose como una ostra en su piso de cuarenta metros cuadrados. Con muy poca gana fue devolviendo una por una las llamadas porque, al fin y al cabo, su lado racional le indicaba que ellas no tenían la culpa de que sus vacaciones estuvieran siendo tan horrorosas. Al colgar el teléfono Marina sintió cierto alivio. De haber sabido lo que le iban a contar, hubiera devuelto esas llamadas mucho antes.

A Almudena y al guapo de su novio Fran les robaron el bolso donde tenían toda la documentación, todo esto fue una hora más tarde de publicar su feliz foto en Facebook. Se pasaron dos días de trámites para poder obtener una documentación provisional. Belén, la de la paella, se pasó la noche junto a su familia en el hospital. Ella dice que algo de esa paella les sentó mal y Mayte, la de la despedida de soltera en el yate, se había quemado parte de la espalda por estar tanto tiempo al sol sin protección, con lo cual, llevaba un par de días aguantando el dolor que el simple roce de la camiseta le producía.

Marina observó su teléfono, esbozó una sonrisa maliciosa y se dirigió a la terraza de su casa.  Se acomodó en su desvencijada tumbona y sin dudarlo ni un momento, se sacó una foto en la cual podían verse sus pies apoyados sobre un taburete y, a la derecha de éste, su libro favorito junto a una gran jarra de cerveza helada sobre una mesita. La observó durante unos segundos muy satisfecha y dio al botón de publicar en su perfil de Facebook bajo la etiqueta de  “¡De vacaciones, como en casa en ningún sitio!” junto a un emoticono de carita sonriente.

Minutos más tarde ya tenía treinta “me gusta” y diez comentarios.

Por primera vez en sus vacaciones, Marina tuvo la sensación de que no estaban siendo tan malas.


miércoles, 2 de abril de 2014

ANTES DE LA MEDIANOCHE


Lucía se prometió a sí misma que antes de la medianoche se lo diría, lo hizo justo en el instante en el que puso un pie en el avión. Llevaba mucho tiempo intentando hacerlo pero nunca había encontrado el momento oportuno. Aunque, más bien, lo que le pasaba a Lucía es que cuando se trataba de sentimientos, siempre se buscaba una excusa para no tener que afrontar el problema. Un problema que llevaba dilatándose en el tiempo casi un año.

Mientras se acomodaba en el asiento, pensó en que esta vez sería distinto, que tendría el valor de decírselo y que por supuesto se lo diría nada más llegar, justo antes de que las manecillas del reloj marcaran las doce de la noche. Le esperaba un largo viaje de dos horas y media. Sabía que Juan la estaría esperando en el aeropuerto, como siempre, sonriente y con un ramo de flores. Por un momento deseó que esta vez no las hubiera comprado porque, con ese detalle, le costaría más decírselo. Respiró profundamente procurando apartar la imagen de su cabeza y volvió a autoconvencerse de que podría hacerlo tanto si Juan le llevaba flores como si no se las llevaba.

Era consciente de que ya se había enfrentado a esta situación, precisamente el mes pasado cuando vino a ayudar a su hermana para elegir el vestido de novia. Recuerda a la perfección las dos ocasiones en las que reunió algo de valor para contárselo. En ambos momentos, el guión a seguir fue el mismo y el desenlace, como era de esperar, idéntico.

Tendría que cambiar la fórmula, Lucía tenía claro eso de “si quieres que las cosas cambien, hay que hacer algo distinto”. Sabía que esta vez no podría  comenzar con un “Juan, tengo que decirte algo” o “Juan, tenemos que hablar” porque intuía que Juan, su Juan, preguntaría algo del tipo “Dime, Lucía, ¿qué es eso que me quieres contar?”, y  al escuchar sus palabras, pronunciadas con la dulzura con la que acostumbra a dirigirse a ella, no le permitiría continuar y volvería a sonreír como una tonta y a decirle algo parecido a “Nada, cariño, es una tontería… que estoy muy contenta de volver a estar contigo” y una vez más le mentiría y se mentiría a sí misma. Y era por esto por lo que estaba segura de que  no podría comenzar con una frase que le permitiera dar ningún tipo de réplica. Tendría que usar el método “RespiraHondoYSueltaloDeUnaVezSinPensarlo” no por su eficacia sino porque, una vez hecho, ya no habría vuelta atrás, no quedaría más remedio que aclararlo todo. Además, no tendría que complicarse demasiado, con un “Juan, no quiero seguir contigo”, bastaría.

El avión comenzó a hacer su maniobra de aterrizaje. Lucía empezó a sentir una pequeña presión en el pecho. Trató de recordar los ejercicios de yoga que su profesora le recomendaba para relajarse pero, para estas circunstancias, no parecían funcionar demasiado bien.

Ya, con el equipaje en la mano, miró el reloj, al ver que eran las doce menos veinte de la noche el pulso se le aceleró. Intentó repetirse a modo de mantra la misma frase: “Me prometí  decírselo antes de medianoche”, “Me prometí decírselo antes de medianoche”, “Me prometí decírselo antes de medianoche”  y con ese soniquete metido en su cabeza cruzó la puerta que le conduciría hasta Juan.

Lo vio de pie, esta vez no tenía un ramo de flores pero sí una rosa. El simple hecho de verlo hizo que la temperatura de la sala subiera diez grados de golpe, o eso le pareció a Lucía.  Caminó todo lo pausada que pudo hacia Juan, intentando una vez más retrasar el momento, pero no pudo hacerlo tanto como le hubiera gustado porque Juan se apresuró impaciente a abrazarla. Sintió en ese abrazo la fuerza contenida por una larga espera. Una fuerza que ahogó su primer intento de  “RespiraHondoYSueltaloDeUnaVezSinPensarlo”.

Al soltarla, Juan vio el semblante serio de Lucía y le preguntó.

—Lucía, ¿ha pasado algo?, ¿te encuentras bien?

Lucía pensó que no podía posponerlo más, ahora o nunca,  su tiempo se agotaba, quedaban pocos minutos para la medianoche y ella era una mujer de palabra, sí, cumpliría su promesa, tenía que decírselo antes de las doce.

Armándose de todo el valor que nunca había tenido, respiró profundamente y,  justo cuando fue a soltar la frase  “Juan, no quiero seguir contigo”, vio lucir los números del reloj digital que éste llevaba en su muñeca.

—¡¿EN SERIO SON LAS ONCE MENOS CINCO?! —Gritó Lucía.

—Claro, cariño, por qué tanto asombro, ya sabes que aquí tenemos una hora menos. ¿Estás bien? te veo algo alterada.

Lucía sonrió para sí misma recordándose de nuevo la frase “me prometí que se lo diría antes de medianoche”. Y ya, algo más relajada, le dijo a Juan:


—Sí, sí, estoy bien, Juan, mejor que nunca, solo que el viaje me ha dado un poco de hambre, ¿te apetece cenar algo?, tengo todavía una larga hora por delante…