Licencia Creative Commons
Palabras enrevesadas se encuentra bajo Licencia Creative Commons.

domingo, 15 de febrero de 2015

EL ESPEJO DE ALEX


—¿Qué estás mirando? ¿Acaso me miras a mí? ¿No? ¿Seguro? Pues soy el único que está en esta habitación.

Sin pensárselo ni un segundo, con agilidad, Alex desenfunda su “ups compac” recién adquirida y apunta justo en medio de esos ojos inexpresivos que le devuelven la mirada desde el espejo de su habitación. Hace una mueca con su cara, un intento frustrado de sonrisa, sopla el cañón sin quitar la vista del espejo, y acto seguido la guarda de nuevo en su funda con especial cuidado.

Alex nunca se ha emocionado por nada, eso dicen los que le conocen, no parece tener ningún apego a las cosas y ni mucho menos a las personas. Nunca se le ha visto acompañado por nadie que no sean sus padres en esa visita mensual que suelen hacerle. En el barrio le conocen como “el sin alma”. Cuando Alex camina, parece que todo lo que le rodea se ve ensombrecido por su presencia. Es de esas personas que no gusta tener cerca, que absorben tu energía. Algunos dicen que es mejor no mirarle a los ojos, que es capaz de embrujarte, aunque en realidad lo único que puede pasar es que  te pierdas en el abismo de esos profundos ojos verdes. Los que han arriesgado a tener algo más de un simple y educado hola y adiós han acabado concluyendo lo mismo; la soledad de Alex es bien merecida. ¿Quién podría enamorarse de un ser tan insulso, incapaz de mostrar ni un ápice de gratitud, de reconocer un acto de buena voluntad?

Pero a Alex poco le importan las críticas de sus vecinos, hace mucho tiempo que asumió que es distinto. Solo ve debilidad en los actos de los demás. En las caricias, en los besos, en los abrazos, en las sonrisas, en el temor, en el miedo y, por supuesto, en las lágrimas sea cual sea su origen. Dicen que Alex nunca ha llorado porque no ha tenido la necesidad de hacerlo ¿Qué tipo de monstruo tiene que ser para no haber derramado ni una lágrima en toda su vida?

Alex sabe que su presencia es molesta, que incomoda a todo el vecindario. Ya ha escuchado rumores, cuchicheos que se silencian a su paso. Alex sabe que no está seguro entre sus vecinos y por ello ensaya una vez más delante del espejo con su pistola.
—¿No me queréis en el barrio? ¿Queréis que me marche? Pues no pienso irme de aquí, no he hecho nada malo, mi nueva amiga y yo nos quedamos.

Alex se ajusta sus raídos vaqueros y completa su vestuario con una amplia sudadera de capucha negra, antes de salir de casa se cubre la cabeza con ella. Guarda su pistola en la parte trasera del pantalón y se arroja a la calle, sin miedo, porque Alex tampoco entiende de eso. No hay nadie sospechoso a su alrededor, todo parece estar en orden. Camina lentamente hacia la panadería. Cuando parece que ha alcanzado su objetivo, el silencio se convierte en un tímido murmullo, se oyen unos “ahí está de nuevo, mírale, ni siente ni padece, no se merece estar entre nosotros, cualquier día nos da un susto…”

Alex nota un golpe seco en la espalda. Cae al suelo. Los murmullos ya no son murmullos, se convierten en gritos, todos quieren unirse a la fiesta de Alex, lo golpean sin piedad y los que no se atreven simplemente le escupen. Alex se cubre la cabeza, pero aún así, algún golpe consigue alcanzarla. Piensa en su pistola, la que se guardó en la parte trasera del pantalón. Sabe que es su única salvación aunque no quiere usarla. Recuerda su fría mirada en el espejo cuando ensayaba sus frases mientras alguien le chilla en el oído  “¿Sientes esto, Alex?”

Un nuevo golpe le alcanza esta vez la rodilla. Es la primera vez que se oye a Alex gritar, gritar de dolor, porque el dolor físico sí que puede sentirlo. Se pregunta cuál es su pecado, por qué le hacen eso. Se revuelve en el suelo y aprovechando un pequeño despiste de sus agresores alcanza la pistola. El escenario cambia, Alex pasa de ser víctima a ese presunto agresor tan temido. La gente se separa de él, algunos quedan paralizados. Alex les apunta con su pistola y con las pocas fuerzas que le quedan comienza a interpretar su escena.

—¿Qué estáis mirando? ¿Acaso me miráis a mí? ¿Sí? ¿Por qué? ¿Por no ser como vosotros? Yo no soy el culpable de vuestros temores. ¿Os he hecho algo alguna vez? Luego soy yo al que llamáis  “sin alma”.


Tiene la venganza entre sus manos. Podría apretar el gatillo, devolverles todo el daño que le han hecho pero tampoco es capaz de sentir el odio. Baja la pistola lentamente, de nuevo la sonrisa frustrada aparece en forma de una extraña mueca en su rostro. No tiene nada más que decirles, no quiere hacerlo, su actuación ha acabado, se gira y se aleja dejando a sus espaldas un pequeño rastro de sangre ante la atónita mirada de aquellos, los que se autoproclaman vecinos modélicos.

5 comentarios:

  1. ¡Uff! Un relato que mantiene el suspense. Aunque lo merecían, una vez más, su forma de ser demuestra tener algo que los otros no tienen, alma.
    Besos.

    ResponderEliminar
  2. ¡Uff! Un relato que mantiene el suspense. Aunque lo merecían, una vez más, su forma de ser demuestra tener algo que los otros no tienen, alma.
    Besos.

    ResponderEliminar
  3. Muchas gracias Rosa por tus comentarios. Un abrazo.

    ResponderEliminar
  4. Esta entretenido pero yo cambiaría la personalidad a mas desquiciado y atormentado da mas emoción.

    ResponderEliminar
  5. Gracias, Jorge. El tema de esta semana era "emocióname". Ya me han hecho algunas correcciones los compañeros de escritura, los que saben mucho de esto :). Tendré que darle una vuelta más al relato. En cuanto a tu comentario,tienes razón, si consigo mostrarlo más desquiciado, en este caso, falta total de emociones, conseguiré mayor contraste al final.

    ResponderEliminar

Gracias por dejar tu comentario.