—¿Qué estás
mirando? ¿Acaso me miras a mí? ¿No? ¿Seguro? Pues soy el único que está
en esta habitación.
Sin pensárselo
ni un segundo, con agilidad, Alex desenfunda su “ups compac” recién adquirida y
apunta justo en medio de esos ojos inexpresivos que le devuelven la mirada
desde el espejo de su habitación. Hace una mueca con su cara, un intento
frustrado de sonrisa, sopla el cañón sin quitar la vista del espejo, y acto
seguido la guarda de nuevo en su funda con especial cuidado.
Alex nunca se ha
emocionado por nada, eso dicen los que le conocen, no parece tener ningún apego
a las cosas y ni mucho menos a las personas. Nunca se le ha visto acompañado por
nadie que no sean sus padres en esa visita mensual que suelen hacerle. En el
barrio le conocen como “el sin alma”. Cuando
Alex camina, parece que todo lo que le rodea se ve ensombrecido por su
presencia. Es de esas personas que no gusta tener cerca, que absorben tu
energía. Algunos dicen que es mejor no mirarle a los ojos, que es capaz de
embrujarte, aunque en realidad lo único que puede pasar es que te pierdas en el abismo de esos profundos ojos
verdes. Los que han arriesgado a tener algo más de un simple y educado hola y
adiós han acabado concluyendo lo mismo; la soledad de Alex es bien merecida.
¿Quién podría enamorarse de un ser tan insulso, incapaz de mostrar ni un ápice
de gratitud, de reconocer un acto de buena voluntad?
Pero a Alex poco
le importan las críticas de sus vecinos, hace mucho tiempo que asumió que es
distinto. Solo ve debilidad en los actos de los demás. En las caricias, en los
besos, en los abrazos, en las sonrisas, en el temor, en el miedo y, por supuesto,
en las lágrimas sea cual sea su origen. Dicen que Alex nunca ha llorado porque
no ha tenido la necesidad de hacerlo ¿Qué tipo de monstruo tiene que ser para
no haber derramado ni una lágrima en toda su vida?
Alex sabe que su
presencia es molesta, que incomoda a todo el vecindario. Ya ha escuchado
rumores, cuchicheos que se silencian a su paso. Alex sabe que no está seguro entre
sus vecinos y por ello ensaya una vez más delante del espejo con su pistola.
—¿No me queréis
en el barrio? ¿Queréis que me marche? Pues no pienso irme de aquí, no he hecho
nada malo, mi nueva amiga y yo nos quedamos.
Alex se ajusta
sus raídos vaqueros y completa su vestuario con una amplia sudadera de capucha
negra, antes de salir de casa se cubre la cabeza con ella. Guarda su pistola en
la parte trasera del pantalón y se arroja a la calle, sin miedo, porque Alex
tampoco entiende de eso. No hay nadie sospechoso a su alrededor, todo parece
estar en orden. Camina lentamente hacia la panadería. Cuando parece que ha
alcanzado su objetivo, el silencio se convierte en un tímido murmullo, se oyen
unos “ahí está de nuevo, mírale, ni siente ni padece, no se merece estar entre
nosotros, cualquier día nos da un susto…”
Alex nota un
golpe seco en la espalda. Cae al suelo. Los murmullos ya no son murmullos, se
convierten en gritos, todos quieren unirse a la fiesta de Alex, lo golpean sin
piedad y los que no se atreven simplemente le escupen. Alex se cubre la cabeza,
pero aún así, algún golpe consigue alcanzarla. Piensa en su pistola, la que se
guardó en la parte trasera del pantalón. Sabe que es su única salvación aunque
no quiere usarla. Recuerda su fría mirada en el espejo cuando ensayaba sus
frases mientras alguien le chilla en el oído
“¿Sientes esto, Alex?”
Un nuevo golpe
le alcanza esta vez la rodilla. Es la primera vez que se oye a Alex gritar,
gritar de dolor, porque el dolor físico sí que puede sentirlo. Se pregunta cuál
es su pecado, por qué le hacen eso. Se revuelve en el suelo y aprovechando un
pequeño despiste de sus agresores alcanza la pistola. El escenario cambia, Alex
pasa de ser víctima a ese presunto agresor tan temido. La gente se separa de
él, algunos quedan paralizados. Alex les apunta con su pistola y con las pocas
fuerzas que le quedan comienza a interpretar su escena.
—¿Qué estáis
mirando? ¿Acaso me miráis a mí? ¿Sí? ¿Por qué? ¿Por no ser como vosotros? Yo no
soy el culpable de vuestros temores. ¿Os he hecho algo alguna vez? Luego soy yo
al que llamáis “sin alma”.
Tiene la venganza
entre sus manos. Podría apretar el gatillo, devolverles todo el daño que le han
hecho pero tampoco es capaz de sentir el odio. Baja la pistola lentamente, de
nuevo la sonrisa frustrada aparece en forma de una extraña mueca en su rostro.
No tiene nada más que decirles, no quiere hacerlo, su actuación ha acabado, se
gira y se aleja dejando a sus espaldas un pequeño rastro de sangre ante la
atónita mirada de aquellos, los que se autoproclaman vecinos modélicos.
¡Uff! Un relato que mantiene el suspense. Aunque lo merecían, una vez más, su forma de ser demuestra tener algo que los otros no tienen, alma.
ResponderEliminarBesos.
¡Uff! Un relato que mantiene el suspense. Aunque lo merecían, una vez más, su forma de ser demuestra tener algo que los otros no tienen, alma.
ResponderEliminarBesos.
Muchas gracias Rosa por tus comentarios. Un abrazo.
ResponderEliminarEsta entretenido pero yo cambiaría la personalidad a mas desquiciado y atormentado da mas emoción.
ResponderEliminarGracias, Jorge. El tema de esta semana era "emocióname". Ya me han hecho algunas correcciones los compañeros de escritura, los que saben mucho de esto :). Tendré que darle una vuelta más al relato. En cuanto a tu comentario,tienes razón, si consigo mostrarlo más desquiciado, en este caso, falta total de emociones, conseguiré mayor contraste al final.
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